Bitácora de Manuela

Debo reconocer que me cuestan los principios. Un hilo de funambulista une una colección con la siguiente. Las ansias por estar ya volcando la inspiración, domándola y aplicándola a reglas de confección y tintado se funden con el vacío que deja el viaje anterior.

Pero para llegar a una nueva colección toca trabajar mucho. Enfrentarse otra vez a la hoja en blanco.

En eso nos encontrábamos con todo el equipo, enfrascados en una cruzada bibliográfica: buscando aquel chispazo que daría inicio a una nueva colección de otoño-invierno.

Y sucedió.

Fue como un rayo. Cerré el libro que estaba observando.

– ¿Qué es? ¿Qué ha pasado?

No pude contestar porque no encontraba el hilo de donde empezar a tirar.

– Hay una casa, en California… – pude decir.

La fotografía de Slim Aarons reproducía a página completa a dos mujeres que conversaban frente a una piscina. La casa era coronada por unos riscos, que a la distancia anticipaban el desierto que la rodeaba.

Y empezaron las preguntas, el interrogatorio de mi equipo y, con él, mi viaje a un rincón de la memoria que pensaba olvidado.

– Voy a contaros una historia – dije, y comencé a viajar, esta vez con la palabra, de vuelta a California.

 

  

Lo de Manuela

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