21 Feb Bitácora de Manuela
Debo reconocer que me cuestan los principios. Un hilo de funambulista une una colección con la siguiente. Las ansias por estar ya volcando la inspiración, domándola y aplicándola a reglas de confección y tintado se funden con el vacío que deja el viaje anterior.
Pero para llegar a una nueva colección toca trabajar mucho. Enfrentarse otra vez a la hoja en blanco.
En eso nos encontrábamos con todo el equipo, enfrascados en una cruzada bibliográfica: buscando aquel chispazo que daría inicio a una nueva colección de otoño-invierno.
Y sucedió.
Fue como un rayo. Cerré el libro que estaba observando.
– ¿Qué es? ¿Qué ha pasado?
No pude contestar porque no encontraba el hilo de donde empezar a tirar.
– Hay una casa, en California… – pude decir.
La fotografía de Slim Aarons reproducía a página completa a dos mujeres que conversaban frente a una piscina. La casa era coronada por unos riscos, que a la distancia anticipaban el desierto que la rodeaba.
Y empezaron las preguntas, el interrogatorio de mi equipo y, con él, mi viaje a un rincón de la memoria que pensaba olvidado.
– Voy a contaros una historia – dije, y comencé a viajar, esta vez con la palabra, de vuelta a California.
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